sábado, 5 de noviembre de 2016

Que Dios nos perdone

Si os gusta el cine negro, no os la perdáis. Porque es cine de verdad. Sin aspavientos. Sin polis buenos y con muchos polis malos, muy malos, de esos que a uno no le gustaría encontrarse en una calle oscura.

La reseña nos habla del verano de 2011 en Madrid, con millón y medio de peregrinos venidos de todo el mundo para ver al Papa Benedicto XVI. La película nos enseña un Madrid sucio, sudado y con muy mal olor. Olor de muerte. Olor de ancianas violadas y asesinadas, cada vez con más sadismo.

Putas de la calle Carretas y curas del barrio de Salamanca que no aguantarían un asalto fuera de su hábitat de viejas beatas con cuidadoras filipinas, que meriendan todas las tardes en la misma cafetería, después de ir a misa.

Políticos a los que no se ve, pero a los que se intuye, tan preocupados de salir en la foto -¿con el Papa?- que hacen invisible una investigación que sólo avanza por el oficio de unos sabuesos con un código de honor que difícilmente podríamos compartir. 

Y sin embargo, si fuera nuestra madre, nuestra hija o nuestra pareja el objetivo de tan macabro asesino, seguro que nos gustaría que Alfaro y Velarde fueran a por él.

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