sábado, 17 de febrero de 2018

No hay viento favorable para el que no sabe dónde va

Le llamaremos Guillermo, como el protagonista de la última novela de Almudena Grandes: Los pacientes del doctor García, de cuya lectura estoy disfrutando estos días. Adelanto que lo que sigue nada tiene que ver con la novela ¿eh?

Hace un par de años (¿o algo más?) por una cuestión de dignidad personal –como la que recuerda de sus abuelos- Guillermo decidió complicarse –todavía más- una vida ya bastante agitada entre el trabajo, la familia y organizaciones con la que ya colaboraba, a la que añadió una más, aportando lo mejor que tenía: tiempo y talento. O como escuchó decir una vez a uno de sus jefes: compromiso, dedicación y profesionalidad… de forma totalmente desinteresada.

Decíamos los de mi generación aquello de que contra Franco vivíamos mejor. Algo de eso le pasó a Guillermo con quienes, como él, se pusieron a la tarea. La urgencia y la necesidad unen mucho y aquel grupo, que nunca llegó a ser un equipo, encaró el problema, tomó decisiones y –si me permitís el símil- sacó de la arena un barco que había encallado.

Era el momento de parar, reflexionar, analizar, debatir distintos escenarios y –siguiendo con el símil- decidir qué hacer con el barco. ¿Hacia dónde quería navegar? ¿Con qué tripulación? ¿Con qué financiación? Definir un objetivo y trazar una hoja de ruta para alcanzarlo, algo que Guillermo había hecho en una larga trayectoria profesional gestionando proyectos y aplicando de forma sistemática el ciclo de planificar, ejecutar, revisar y optimizar.

También, pensaba Guillermo, era el momento de dotar al barco de una estructura de gobierno que vaya más allá de ordeno y mando del capitán y del sálvese quien pueda.

Sus años de trabajo en el área comercial le habían enseñado a Guillermo la importancia de estar permanentemente orientado al cliente, aunque ese cliente sea cada día más difícil, infiel y exigente. Y de buscar nuevos clientes o nuevas líneas de negocio.

Decía Jack Welch aquello de: La visión sin acción es un sueño. Acción sin visión es simplemente pasar el tiempo. Y ese era el escenario que percibía Guillermo: mucha acción y poco proyecto. En un mundo que cambia cada vez más deprisa, seguir haciendo lo mismo, por mucho que se trabaje, es volver a poner la proa del barco hacia la arena de la playa, o peor, hacia las rocas de la costa.

Guillermo, ingenuamente, intentó orientar a sus compañeros, plantearles nuevos escenarios, revisar paradigmas, argumentar… sin éxito. Entonces se acordó de la frase de su amigo Juan Luis, que suele decir: ‘no es tierra de misiones’ cuando se encuentra en un entorno poco dispuesto a ser ‘evangelizado’, anclado en la tradición (‘siempre se ha hecho así’) y reactivo a las nuevas ideas.

También se acordó de la vieja frase de Séneca: ‘No hay viento favorable para el que no sabe dónde va.’

En ese momento, tomó la decisión de salir del barco en la siguiente escala, una vez arribado a un puerto seguro. Le vino a la cabeza otra frase de Jack Welch: ‘Al final, todas las operaciones de negocios pueden ser reducidas a tres palabras: gente, producto y beneficios. A menos que tengas un buen equipo, no tienes mucho que hacer con las otras dos.’ Confirmó que quienes estaban en el barco –algunos muy buenos marineros- nunca habían sido un equipo y se sinceró consigo mismo al reconocer que no le gustaba el capitán, que le recordaba a Humphrey Bogart, en El Motín del Caine

No hay comentarios:

Publicar un comentario